viernes, 15 de febrero de 2013

Requiem.

Déjenme contarles una historia. Pero antes permitanme advertirles, que es un relato cruel. En este momento, tienen la opción de no seguir leyendo, de ahorrarse los estragos, las decepciones que puede traerles este cuento. Aunque, aún si apartan la vista, el final ya esta escrito y no se puede cambiar. Ellos ya están muertos y aun si lo he negado por varios años y me he aferrado a la absurda esperanza de volverlos a ver, de cruzarmelos por casualidad en la calle, nada puede cambiar el echo de que están muertos.
Pero por favor les pido, se los suplico, no ignoren esta breve anécdota. Por mas que la muerte sea irreversible, mientras haya quien los recuerden, seguirán vivos en nuestras memorias. Así que por favor escuchen mi historia, la historia del hombre que he amado más que a ningún otro.

¿Por donde debería empezar?

Tal vez un buen comienzo, sea la pila de cadáveres sobre la cual Lyon se paraba de espaldas al atardecer escondiendo esas lágrimas, que sus ojos no sabían derramar. Esa pila de cadáveres, algunos asesinados, tal vez uno que otro por Lyon mismo, otros simplemente muertos por hambre o por enfermedad. Cadáveres de niños, ancianos, mujeres. Todos yacían ahí por igual. Todos presos de alguna injusticia. Lyon los escalaba diariamente y en una voz casi inaudible susurraba una canción. Una melodía llena de soledad. Un requiem para los caídos. Para aquellos cuyas vidas habían terminado. Por mas que la muerte era algo que pasaba todos los días en esas callejuelas, por más que fueran personas sin familia cuyas vidas estaban destinadas al olvido. O tal vez, precisamente por eso. Aún habiendo sido criado en esa clase de ambiente, Lyon nunca aceptó la muerte como un echo natural. Nunca se acostumbro a la tristeza y la soledad que desprendían los fríos cadáveres. A pesar de la mayoría de ellos no fuesen conocidos suyos. Tal vez su corazón era muy amable para aceptar la cruel realidad que lo rodeaba. Tal vez no podía dejar de imaginar que esos cadáveres eran el suyo. De cualquier forma, esa pila de seres sin vida, lo marcaba. Le causaba una herida invisible, que no paraba de sangrar.

O tal vez el principio sea la amistad, el lazo inquebrantable que había entre Lyon y su hermano, Aslan. Como podían comprenderse sin palabras. Como no había secretos entre ellos. Como siempre eran cómplices aún en los momentos mas duros. Como nunca, pero nunca se daban la espalda y siempre estaban ahí para otro. Una relación realmente conmovedora que comenzó a quebrarse cuando la culpa que ambos cargaban fue demasiado les resulto imposible de soportar. Cada uno a su manera llevaban en sus hombros demasiadas muertes, para niños de su edad.
Lyon era callado, inteligente y sensible. Nunca decía nada que no fuera estrictamente necesario, nunca ponía en palabras su sufrimiento. A simple vista parecía frío y calculador. Pero escondía un corazón amable, que en silencio se preocupaba por la gente a su alrededor. Aslan por otro lado era maleducado, sincero y siempre estaba a la defensiva. Siempre decía lo que tenía en mente. No le importaba hacerse amigos o él creía que mientras estuviera con su hermano, no necesita nada más. Sus personalidades encajaban perfectamente como piezas de un rompecabezas. Opuestos.

O tal vez, la mejor opción sea comenzar por lo que el destino les tenía planeado. Ese cruel destino del que ninguno de los dos pudo o supo escapar. Esa espada, ese puñal traicionero, que fue clavado sin ninguna advertencia. Aunque Lyon ya lo había aceptado. Él siempre supo que ese sería su final. A Aslan lo tomo por sorpresa. Llego en el único momento que bajo su guardia.
Como olvidar ese día, Lyon estaba sentado en su sillón. Parecía dormido, con un libro sobre su rostro. Pero estaba completamente despierto. Esperaba en silencio el momento fatídico. Aslan, por otro lado, caminaba por la calle. Acaba de recibir una carta. Cada una de las letras que esa contenía, lo llenaban de una enorme felicidad. Nunca antes nadie lo había visto sonreír de esa forma. Nunca antes había estado tan descuidado, caminando por la calle leyendo esas palabras una y otra vez.

O tal vez el final. Dos cuerpos de dos adolescentes. En diferentes partes de la ciudad. Con la misma herida. Un cuchillo diferente, clavado en el mismo sitio. Ninguna fue una herida mortal. Pero la ayuda tardo demasiado en llegar. Una muerte dolorosa y lenta. Sin embargo los dos, sonreían. Seguramente Lyon, estaba feliz de llegar al final del sufrimiento que esa herida invisible le causaba. Seguramente Aslan, repitió las palabras de la carta, una y otra vez en su cabeza, llegando a la conclusión de que aún si su vida terminaba, su alma ya había sido salvada por esas letras escritas a mano.

Me gustaría poder olvidarlo todo. Me da miedo olvidarlo. No soy lo suficientemente fuerte para enfrentar este mundo donde él ya no existe. Donde el cielo sigue inmutablemente azul. Pero no soy tan valiente como para borrarlo de mi corazón. He vivido los últimos cinco años, desde aquel septiembre, en una mentira. Pensando que si no aceptó que sean ido, por más que estén en algun lugar allí afuera, lejos del alcanze de mi mano, siguen vivos. Pero esta mentira de despedaza con los dias. No hay vuelta atrás. No hay forma de traer de nuevo a los muertos. Ambos se fueron sin pensar en el dolor de la gente que dejaban atrás. Yo ahora por  que se que él jamas lo desearía, no puedo hacer nada más que gritar su nombre en la oscuridad. Temblar de miedo, cada vez que alguien lo nombra. Llorar desesperadamente si alguien menciona sus muertes. ¿Que más queda? ¿Cual es el valor de este mundo si no estas?

                                                                                                                                 
N/E: Y de alguna manera es la primera cosa q posteo en el año!!! No parece algo muy feliz para empezar  pero necesitaba escribir dos frases. Y acabe dándole un contexto. Y nacio esta pseudo-historia. Me pregunto si alguien podría adivinar cuales son esas dos frases.

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